Te quiero Málaga

Muchos kilates en esa alineación (2011-12)

Esta semana el Málaga CF ha descendido a Segunda División tras 10 años seguidos en la élite, récord del club en cualquiera de sus denominaciones. Ha sido una década notable, con momentos muy destacados como las victorias ante todos los grandes, el paso por la Champions League, los recuerdos que Cazorla, Toulalan, Isco, Baptista, Duda, Willy Caballero, Santa Cruz o van Nistelrooy nos dejarán por siempre, así como salvaciones agónicas. 

Esta bitácora cumple 11 años estos días, por tanto no había tenido que lamentar nunca un descenso del equipo de mis amores. Podría hablar de lo mal gestionado que ha estado la entidad los últimos tiempos, de la pésima plantilla y los espantosos profesionales que sangran al Málaga CF sobre el césped, el banquillo o los despachos. Allá ellos con su conciencia, pues si este club se rehizo de su desaparición partiendo de sus cenizas en Tercera, habiendo vivido mil situaciones límites y muchos otros descensos, por supuesto que regresaremos a lo más alto. Ya si además se hacen las cosas bien quizá se alcance el verdadero potencial de un club que nunca debería salir del top 8 nacional, aunque en eso no entraremos hoy.

Quiero usar estas líneas para intentar expresar porqué soy malaguista.

Obviamente que sea el equipo de tu tierra influye por muchos factores. Es lo cercano, lo que dota con un sentido de pertenencia, parte de tu gente, es identificación, "luchar" y "defender" lo tuyo a partir de unos ideales, una historia y once tipos dándolo todo con mayor o menor fortuna sobre el tapete. El que piense que el fútbol va de ganar, cuando un torneo lo gana uno entre cientos cada año, probablemente no tenga ni idea de lo que implica de veras este deporte. Que oye, ganar es precioso, un anhelo que todo hincha comparte, pero es imposible negar que alzar la Copa aunque sea una vez en la vida, o festejar un ascenso, es más especial que levantar los dos o tres títulos por temporada que se llevan actualmente los clubes-multinacional, en parte desarraigados, con millones de ventajas (algunas merecidas por su buena gestión durante décadas, todo sea dicho) pero que lloran a la mínima si un club más normalito les estropea la fiesta.

El primer partido al que recuerdo que asistí como aficionado malaguista no fue en el templo de La Rosaleda, sino en El Pozuelo de Torremolinos, mi pueblo. Ahí tuve un buen bautizo, pues aunque en Tercera estábamos, disfruté con el gol de Basti que nos dio la victoria ante el Juventud. Luego sí, meses más tarde mi padre nos llevó a mi y a mi hermana a la fase de ascenso en una Rosaleda para mi impresionante (pese a los muchos huecos en la grada), en la que empatamos 2-2 ante el Isla Cristina.

¡Cuanto nos costó superar la Segunda B! No fueron demasiados años, pero cada uno pesaba como una losa. No era la categoría del Málaga, por lo que enquistarse en ella dolía cada fin de curso. Hasta que en 1998 se obró un milagro por partida doble que nos devolvía al fútbol profesional, en la tarde de Guede que jamás olvidaremos.

Bravo, Movilla, Rafa, Larrainzar, Guede, Basti... mucho carisma ahí.

Aquella 98-99 fue una fiesta. Ya tenía camisetas de fútbol, mas siempre me las habían regalado. Con las 5.000 pesetas que me dio mi abuelo para mi cumpleaños me fui corriendo a comprarme la blanquiazul de aquella mágica temporada, una Kelme con la que había que tener cuidado que no se enganchase en ningún lugar (y que obviamente aún conservo). Recuerdo ir a casi todos los partidos aquella campaña, casi siempre con algunos amigos del colegio. Tren hasta el centro de Málaga, caminata hacia el estadio portando camiseta y bufanda blanquiazules, aderezado con un saco de pipas para la ocasión.

Creo que el día más bonito que he vivido en La Rosaleda, y por ende en ningún estadio (y he visitado Giusseppe Meazza, Bernabéu, Cilindro, Villa Park, Monumental, Calderón...), fue el ascenso a Primera a finales de la primavera de 1999. Se acababa el colegio, soñábamos con regresar entre los grandes, así que cumplimos con el ritual. Nos plantamos en el templo un rato antes, pues estaba hasta la bandera, augurando fiesta tras el partido que nos enfrentaría al Albacete. El sol de justicia de aquel mediodía daba un tono aún más irreal a aquella mañana perfecta, incluso aunque el rival anotase en los primeros compases. Luego se remontó, ganamos 3-2 certificando el regreso a Primera menos de una década después de habernos refundado en Tercera. E invadimos el césped, festejamos con desconocidos con los que compartíamos alegría, con los jugadores, con Joaquín Peiró y con cualquiera que se cruzase en nuestro camino.

Luego regresé decenas de veces al hogar que tantas almas compartimos. O centenares de veces, ¿qué más da? La Intertoto, goleadas a Atlético, Sevilla y Barcelona, otro descenso, el miedo a caer a Segunda B (¡qué alivio la victoria ante el Poli Ejido), el regreso con los tantos de Antonio Hidalgo, la Champions, vencer en el Camp Nou, batir al Madrid tras tantos años, noquear al AC Milan, al Anderlecht o al Oporto... Mi vida como malaguista ha sido preciosa, pues las desgracias son parte de la misma (por eso siempre digo que el hincha del grande vive en una realidad paralela), y las muchas alegrías, aunque no implicasen el metal de un título, quedarán por siempre selladas en mi corazón blanquiazul, independientemente de la categoría en que juegue el equipo, de quienes salten al césped o quienes manden en los despachos.

Va a ser un reto durísimo ante los Osasuna, Zaragoza, Valladolid, Oviedo, Granada, Cádiz, Numancia, Córdoba (espero), Tenerife, probablemente Las Palmas y Deportivo, quizá Mallorca y Racing de Santander... algunos con títulos nacionales, varios con grandes gestas europeas, todos clásicos a la espera de su momento para regresar a la élite. Que queréis que os diga: estoy deseando que pasen unos meses para sacarme el abono de Segunda División y ver de nuevo a los míos batiéndose el cobre. A por el 13º ascenso a Primera.
 
Te quiero Málaga.

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