Esclavo del fútbol


En la vida hay condicionantes que te obligan y otros a los que te agarras con fuerza, también suponiéndote esfuerzos adicionales, aunque quizá menos fastidiosos por haberlos escogido uno mismo. Todos necesitamos trabajar para poder sustentar unas necesidades básicas, por tanto generalmente sabemos qué días y a qué horas no estaremos disponibles para algo que no sea tratar de sobrevivir en la salvaje sociedad occidental, ya que las personas normales ni cobramos mucho ni podemos permitirnos demasiados lujos, eso los 'privilegiados' que podemos trabajar en países corruptos hasta la médula, con desigualdades entre estratos potenciadas desde las cúpulas que acumulan poder y riqueza fomentando una brecha insalvable e insostenible a costa del contribuyente. 

Me estaba yendo por las ramas, pero creo que ha quedado claro que ya vivimos demasiado enfocados a trabajar como para no desestresarnos haciendo lo que más nos guste el resto del tiempo (el que nos permite la familia y otros menesteres). En mi caso mi refugio siempre ha sido el fútbol, con el problema particular de haber volcado demasiado mis intereses, gustos y emociones sobre él. También mi tiempo, e incluso planes futuros.

Hace meses cuando planeaba mi boda visité junto a mi chica un lugar que nos encantó. En seguida supimos que ése sería el lugar. Faltando menos de un año para el enlace era difícil encontrar una ubicación que nos encantase, que cumpliera nuestros requisitos y que tuviera una fecha disponible. Entre ellas estaba el 28 de Mayo. Sin embargo antes de llegar hablé con ella diciéndole que ése sábado no podía ser ya que es la final de la Champions, e incluso aunque yo me abstrayera, muchos invitados no lo harían. Será dos meses más tarde, sin compromisos futbolísticos de por medio. Ese día, por cierto, uno de mis mejores amigos, hincha del Atlético de Madrid, acude a una boda para la cual viaja desde la otra punta del país. Hace tiempo le dije que ése día sería la final... hace poco volví a escribirle recordándoselo. Obviamente está jodido.

A principios de temporada echo un vistazo al calendario, como todo el mundo. No solo me interesa cuando mi equipo disputa los duelos de máxima rivalidad o cuando se enfrenta a los más poderosos. No. Me grabo el calendario, sabiendo que por lo general tal o cual fin de semana en función al horario que establezca la Liga no estaré disponible para nada. Ese día, el fútbol marcará mi agenda. Si voy a comer a casa de mis padres o de mis suegros debe ser después del partido o con la antelación suficiente. En su defecto, saber que puedo verlo allí sin interferencias ni molestia alguna, en un ambiente amigable.

Lo mismo para viajar (por cierto, cuando fui a Argentina fue por fútbol, igual que mi primera vez en Austria). Lo mismo para planificar los fines de semana. Sé que quiero estar en casa el viernes a medianoche porque juega Racing Club. O el sábado tras la sobremesa porque hay un Real Madrid-Atlético previo al Málaga-Betis. Luego quizá juegue el Inter, o con suerte el domingo a mediodía, quizá incluso a la hora de cenar. Todo ello si no hay un partidazo de la Premier, del Brasileirao o algún otro. Obviamente no los veo todos porque quiero y necesito hacer vida social. Y porque tengo una relación que mantener y sé que esto del balón es enfermizo. Pero no desconecto. Veo un rato por el iPad o el móvil, sigo los marcadores por Livescore, entro en Twitter para ver como se está desarrollando la jornada.

Afortunadamente entre semana la gente trabaja, por lo que tiene menos ganas de citarse de noche. En caso contrario nos vemos en mi casa, que hay Champions o Europa League. Aunque la faena gorda llega cuando se disputa la Copa Libertadores. Siento dolor, y hablo de verdad, por no haber podido disfrutar en directo de la mayoría de los encuentros de Racing en la competición este año, sobre todo la eliminatoria ante Atlético Mineiro. Cuando lo he visto al día siguiente lo he pagado físicamente con el agotamiento durante una dura jornada laboral, pero he sentido la alegría de haber estado cerca de los míos. Otras veces mi cerebro me despierta en mitad de la madrugada, cuando miro en el móvil como va o como ha quedado la Academia. Saberlo me alivia, aún en la derrota, pero me atormentan días como el pasado miércoles. Hubo Champions, y tras ella me esperaba la cama ya que ocho horas más tarde debía madrugar. Racing se la jugaba a las 2:45am, y yo debía levantarme cuatro horas más tarde...con todo el dolor tuve que renunciar. Perdimos, y me jode lo más grande haberme despertado con esa noticia. Descansé, pero no es consuelo por no haber podido acompañar a los míos.

Esa es otra. Mi enfermedad es poliédrica. Aunque descanso en los infumables periodos de partidos amistosos (ya sean de clubes o selecciones), sigo a varios equipos. En España es más fácil, e incluso en Italia, pero cuando se trata de Latinoamérica los horarios son un horror. Cuando trabajaba como periodista era más o menos llevadero, entre otras cosas porque tenía la excusa ante la necesidad de conocer, de estar informado. Pero querer ver un encuentro de Botafogo, de Peñarol o de Chivas a veces es imposible. Por no hablar cuando intento ver también al Benfica, al St.Étienne, enganchar de algún modo al Torpedo de Moscú, al Young Boys, al Ajax, al Celtic, al Estrella Roja o al Anderlecht.

Además una vez por semana organizo un partido con mis amigos. Alquilo una canchita, hablo con todos para acordar un horario, formo los equipos y busco los sustitutos en caso de ser necesario. Cuando pasé unos años entre Irlanda, Austria y Madrid mis colegas dejaron de jugar. Al poco de regresar a mi idílica Málaga reorganicé todo, por lo que desde entonces siempre jugamos, con un breve receso en Navidades y otro parón en verano para no asfixiarnos. Esa tarde es solo para el partido, porque nada más salir del trabajo llego a casa, meriendo fuerte, me cambio y me marcho para aparcar en un buen lugar, calentar con tiempo y recibir a todos. No cambiaré jamás el partido con ellos, y a mis 32 años espero que aún me queden un par de décadas de fútbol en las piernas.

La realidad es que ya rara vez veo más de dos partidos el fin de semana, y cuatro como mucho a la semana, aunque en los últimos tiempos he llegado a pasar alguna semana completa sin ver ningún envite (pero sí resúmenes y resultados, siempre). Quizá es que la madurez, crecer, es en parte dejar nuestra parte infantil que más disfruta con el juego. Recalco, en parte, que no es cuestión de morir del todo.

¿Soy el único enfermo de este tipo? ¿Alguno (o alguna) le sucede lo mismo?